Suponer no lleva a nada bueno.
Cuanta Paul Watzlawick en su libro El arte de amargarse la vida, que llevar una vida amargada lo puede hacer cualquiera, pero hacerlo a propósito es algo que se aprende.
Y es que en ese mismo libro explica la historia de un señor que necesita un martillo y, suponiendo él, de una cosa se va a otra, y luego a otra, y a otra más, y acaba espetándole al vecino un improperio sin venir a cuento, sólo por el arte de suponer el por qué no quiere dejarle un martillo.
Y es que cuando suponemos, no lo hacemos con la realidad real (valga la redundancia), sino con lo que sabemos de nuestra cosecha, de nuestras vivencias, de lo que haríamos nosotros, de lo que conocemos e imaginamos que podría ocurrir.
Como siempre digo a mis pacientes: por el bien de vuestra salud mental, no supongáis.
Y suele ocurrir en todos los ámbitos de la vida: laboral, social, personal, familiar.
Somos mucho de pensar qué haría el otro a nuestras propuestas, o qué ha pensado o qué ha podido pasar cuando algo no sale como nosotros esperamos que suceda… Pero, lo que peor nos puede pasar, es empezar a pensar por los demás. Atribuimos a los demás capacidades, decisiones y acciones que no tienen, ni siquiera han tomado o no han realizado.
- tienes que contarle a …. esto, no puedes no explicárselo.
- Pero tiene muchas cosas en la cabeza, ni siquiera habrá pensado que….
Esta conversación se repite en consulta una y mil veces. Siempre estamos pensando en lo que los demás van a hacer, o decir, o no van a tomar en consideración, o no vana tener en cuenta, o no pueden o no tienen tiempo…. Y en esta ocasión es a nivel laboral, pero ocurre también a nivel familiar y a nivel personal, incluso a nivel social con las amistades.
No explicar, no pedir, no clarificar, conlleva a malentendidos, a hacer bolas de auténticas situaciones fáciles de resolver y de no solicitar aquello que necesitamos. Además, cuando necesitemos de la reacción, de la ayuda o de la colaboración del otro, no podremos obtener aquello que esperamos, ya que el otro no sabrá qué, cómo ni cuánto necesitamos de ellos, ya que son desconocedores de la mayoría de las cosas que nos ocurren.

Esto se agudiza cuando tenemos una enfermedad. Para qué voy a preocuparlos, no quiero dar trabajo, puedo yo de momento… Pero…, ¿y si no es así? ¿Y si necesitamos del otro? Pues como ha estado mantenido en la ignorancia, puede que esté a por uvas (como dice el refranero) y no nos dé la solución o la ayuda, apoyo, o lo que sea que necesitamos.
- ¿Ya le has dicho cómo te encuentras, qué representa para ti?
- Pero es lo que más le gusta, con lo que disfruta más.
- Ya. ¿Pero y lo que te gusta o lo que necesitas tú?
- Yo puedo
- Claro, hasta que no puedas…
- Yo puedo
- ¿Y sabe lo que supone para ti, con su enfermedad (en este caso fibromialgia), hacer lo que te propone? ¿Sabe la factura posterior que vas a pagar? (en este caso hablábamos de una salida de senderismo y de una recuperación de aprox. más de 1 semana de reposo).
- Pero le hace ilusión
- También le va a hacer ilusión hacer otras cosas contigo en la semana siguiente y no va a poder. ¿Quizá mejor varias pequeñas, que una grande?
- Le hace ilusión y le gusta.
Y así, suponiendo lo que quiere la otra persona, sin informarlo, vamos pagando facturas hasta llegar a un punto de no entendimiento (“es que no me entiende cuando digo que no puedo”), porque no hemos hablado y hemos supuesto.
¿Recordáis lo de la vida amargada de Paul Watzlawick?
Pues eso, a propósito.
Hablad y comunicad más, y dejad que las personas de vuestro alrededor decidan por ellas mismas, por favor.
¿Seguimos?
Watzlawick, P. (1983). El arte de amargarse la vida. Ed. Herder. 2013