Cuando nuestras acciones esconden más de lo que muestran
Siempre he dicho que me fascina la conducta humana. No mostrarnos tal y como somos ante los demás es algo habitual y nos sentimos ofendidos cuando descubrimos en el otro un rasgo que nos ha sido ocultado, cuando nosotros hacemos los mismo a diario y de forma inconsciente en la mayoría de las ocasiones.
Y es que ir a pecho descubierto es ofrecer al otro un argumento, un motivo, una causa y/o una ocasión para que nos pueda dañar, para que pueda ver aquello que nos hace más vulnerable.
Es lo que hacemos con los otros cuando tenemos una enfermedad. Y cuando intentamos trabajar ese yo más profundo con uno de los profesionales que nos tienden, nos sentimos incómodos.
En muchas de las ocasiones en que digo a mis pacientes: «nadie se conoce mejor que uno mismo a sí mismo«, suelen hacer un respingo, cerra los ojos, y mirarme como si me hubiera salido una segunda cabeza al lado de la actual. Su respuesta: «no estoy yo tan seguro/a«.
Y es que cuando llevamos viviendo detrás de una máscara forzada, durante mucho tiempo, perdemos parte de la capacidad de (re)conocernos.
Hacemos las cosas que hacemos por un motivo, puede que no nos quede claro en un principio, puede que sea hasta inconsciente, pero siempre hay un motivo.
- Dormir gran parte del día: «Es que estoy cansado», «es la fatiga que no me deja», «no puedo con mi vida»… Sí, hay verdad en todo ello, pero también está la intención de que el día pase lo más rápido y antes mejor, un día más mordido a la enfermedad, y un día más que no debo enfrentarme a mis demonios.
- No hacer ejercicio: «Es que estoy cansado», «es la fatiga que no me deja», «no puedo con mi vida»… Sí, hay verdad en todo ello, pero también está el miedo a percibir, a sentir que no hacemos el ejercicio como ayer, o no ya no podemos llegar a hacerlo, o que lo hacemos más torpemente, o que nos sale, incluso mejor que ayer… Si tengo que sentir y afrontar estas situciones, también debo enfrentarme a mis demonios.
- Enfadarse con los demás, buscar pelea: Es una manera aceptable de comunicación. Ofrecerán diálogo, pero no debo enfrentarme a sus preguntas, no debo responder, estarán ocupados discutiendo conmigo, y me dejarán por imposible. Otro día pasado y sin tener que enfrentarme a cómo me siento o cómo afronto la enfermedad.
Esto anterior son sólo ejemplos, hay muchas más situaciones que quedan escondidas bajo nuestras «máscaras». Y yo les pregunto el por qué, mis pacientes dicen no lo sé. Y cuando les respondo que sí lo saben, vuelven a mirarme con cara de haberme salido una tercera cabeza, al lado de las otras dos que figuradamente ya me habían puesto. Y vuelta al «no estoy yo tan seguro/a«.
Y es que enfrentarse a uno mismo es el mayor de los miedos y temores que uno puede tener cuando está enfermo.
¿Seguimos?