Cuando nos cuestionan un tratamiento para nuestra salud mental
Tener una enfermedad que afecta nuestra salud mental no es nada fácil. Ni para nosotros, ni para nuestro entorno.
Para nosotros no es fácil porque estamos diferentes, nos parece que no somos nosotros mismos, nuestra propiocepción, nuestra autoimagen y nuestro autoconcepto, cambian. Se ven afectadas las actividades del día a día, la forma en la que pensamos, la forma en cómo nos relacionamos con las personas, cómo afrontamos el día, cómo afrontamos el futuro (si es que lo llegamos a ver). Miles de pensamientos atraviesan nuestra mente, como si en nuestra mente tuviéramos cientos de personas hablando a la vez.
En muchas ocasiones nos volvemos inseguros, dudamos de todo y de todos, nos cuesta establecer límites (para nosotros mismos y para los demás), sólo los ruidos por encima de nuestros pensamientos nos sirven como referencia. La coordinación de nuestras tareas y de nuestras responsabilidades se vuelven erráticas. Dejamos de disfrutar de las cosas, dejamos de hacer otras cosas…
¿Qué debemos hacer en estas situaciones?
- Ante todo, acudir a nuestros profesionales para que nos puedan ayudar y orientar de la mejor manera posible: médicos generalistas, enfermeros, psicólogos, psiquiatras…
- Comunicar a nuestro entorno que hay algo que no funciona bien dentro de nosotros.
- Intentemos no alejarnos de nuestras rutinas.
- Respetar la medicación/tratamiento que nos proporcionen
- Intentaremos llevar, en la medida de lo posible, unos hábitos de vida saludable que nos ayuden en nuestra recuperación: sin un uso de sustancias no pautadas, buena alimentación e intentar seguir una higiene de sueño correcta.
Nuestro entorno también está afectado, tampoco es fácil para ellos convivir con una persona afectada en su salud mental.
La tendencia al inicio es a minimizar el impacto y el daño. La necesidad de que todo esté bien, de que nada cambie las rutinas establecidas, hacen que intenten hacer de menos lo que nos está ocurriendo. Nos tildan de exagerados, de alarmistas. No puede ser que eso que aparece en las noticias, las estadísticas de periódicos, informativos y demás medios de difusión e información haya entrado en nuestras vidas.
Después de ese inicio, en un segundo paso, la tendencia es a informarse el máximo posible de lo que le está ocurriendo a la persona afectada. Toda información es creíble, adaptable, modificable e interpretada según el sesgo que mejor se adapte a sus necesidades y deseos. Necesitamos adaptar la información para poder tratar con ella y acoger la versión con la que podamos “convivir”. También leemos todo lo que podamos sobre el tratamiento que le han designado a la persona afectada. Nos impactan las alarmas de las medicaciones para trastornos mentales, publicidad, famosos que han sucumbido a ello… Aparece entonces el término dependencia.
El miedo es un elemento que ya hace tiempo que nos ha visitado como familiares. A veces nos impulsa hacia adelante y al acompañamiento de la persona afectada por la enfermedad. A veces nos hace que rechacemos esa enfermedad y entra en funcionamiento el mecanismo de duda: nuestro ser querido es un alarmista, sólo es una rabieta/pataleta por no salirse con la suya en algo, es un exagerado, sólo quiere llamar la atención, tiene “mal de amores”,… Debemos encontrar un motivo y un culpable.
El miedo nos hace que giremos la atención hacia las personas que lo están ayudando, esos profesionales que quieren perjudicar, que no ayudar, a la persona afectada.
El miedo también nos hace aconsejar no seguir tan fehacientemente ese tratamiento médico con el que están intentando ayudar a la persona afectada: puedes engancharte, estás demasiado pendiente de la medicación, no estarás exagerando, tú eres fuerte y puedes hacerlo sin medicación…
Ese miedo nuestro no sabemos de qué forma tan angustiosa afecta a la persona afectada por una enfermedad de salud mental. Se convierte en indefensión, en incomprensión. La persona afectada piensa que no se está comunicando de forma efectiva, no está pudiendo expresar el alcance de lo que le ocurre, realmente llega a dudar de su proceso y de lo que debe o no hacer, porque somos personas influyentes para ella y porque está dudando de sus capacidades, ya que es una de las características que ocurren cuando uno tiene una enfermedad mental: duda de todo.
Cuestionando su tratamiento, su forma de seguir las pautas de los profesionales, a lo propios profesionales, a la persona mismo, cuestionamos su propia integridad, y le hacemos dudar y padecer aún más.
Por favor, cuando tengamos una persona que está padeciendo una enfermedad de salud mental:
- Preguntemos a los profesionales que la tratan, éstos podrán ayudarnos en qué pasos debemos intervenir, cómo podemos ayudar
- El apoyo a la persona afectada por la enfermedad debe ser crucial en su necesidad para salir adelante y poder convivir con lo que está atravesando
- Pidamos ayuda también nosotros si fuera necesario, los profesionales de la salud mental podrán ayudarnos en ese camino hacia una comprensión y aceptación de una situación que nos es difícil de asimilar.
- Debemos llevar unos hábitos de vida saludables para poder ayudar a los demás.
Sabemos que no es fácil cuando una enfermedad entra en la vida de las personas.
¿Seguimos?
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